miércoles, 18 de febrero de 2015

Preguntas y dudas y obsesiones...

 
 
Sábado 18 de agosto

[............]

A veces me toco, cierro los ojos y me digo: Es tu mano. Imposible el orgasmo a larga distancia.Quiero lo tuyo y lo digo. No me consuelan los otros, nadie me consolaría nunca. Quiero tu sexo y lo digo, quiero dormir contigo y lo digo. Quiero hundirme en tu abrazo -una sola vez siquiera- y gemir al unísono contigo, mi lengua en la tuya en el silencio de una noche que ya no será noche sino una isla de perfumes y delicias apenas soportables en la que necesitaré de toda mi inocencia y de toda mi perversidad y de un coraje inaudito para sobrellevar tanta dicha -que no sé imaginar pero que será (lo presiento) infinitamente más terrible que tu ausencia de ahora, que mi angustia de ahora, en esta noche en que te amo tanto y en que te odio porque no vienes.

19 de agosto

Tengo miedo. Miedo de sus ojos que veré tantos días y tantas noches. ¿Durará el encantamiento? ¿Si poco a poco descubro que mi amor no es un absoluto? ¿Si la cercanía cotidiana me arranca de mi llamado inútil? Si no llegara a necesitarlo, si llegara a no amarlo más... ¿Qué será de mi entonces, tan pequeña, tan sola, tan sin importancia? Si me llegan a extirpar mi amor absurdo como si sólo fuera un tumor... Si me acerco a su vida de inmediato y se desmorona su estatua lejana, presente y viva, no obstante, en mi memoria enamorada. Si es un ser hueco de lo que execro, de pequeños tiempos y pequeñas acciones que no importan... Si su mágica intuición y su posibilidad de leer en mi silencio se alejan con nuestra cercanía... Si de pronto me mira con hastío o cólera o indiferencia... Si se rie de mí o si bosteza cuando hablo o si no me habla ni me mira... Preguntas y dudas y obsesiones...

viernes, 13 de febrero de 2015

Carta sin despedida

A qué mirar, a qué permanecer
A veces,
mi egoísmo me llena
de maldad,
y te odio casi
hasta hacerme daño
a mí mismo:
son los celos, la envidia,
el asco
al hombre, mi semejante
aborrecible, como yo
corrompido y sin remedio,
mi querido
hermano y parigual en la desgracia.

A veces -o mejor dicho:
casi nunca-,
te odio tanto que te veo distinta.
Ni en corazón ni en alma te pareces
a la que amaba sólo hace un instante,
y hasta tu cuerpo cambia
y es más bello
-quizá por imposible y por lejano.

Pero el odio también me modifica
a mí mismo,
y cuando quiero darme cuenta
soy otro
que no odia, que ama
a esa desconocida cuyo nombre es el tuyo,
que lleva tu apellido,
y tiene,
igual que tú,
el cabello largo.
Cuando sonríes, yo te reconozco,
identifico tu perfil primero,
y vuelvo a verte,
al fin,
tal como eras, como sigues
siendo,
como serás ya siempre, mientras te ame.

_ Ángel Gonzalez